EL NOMBRE
Por Elvira Coderch-¡¡Tinaaaa!!!!
-¿¿Mmmm…??
-Ven a comer, que el arroz ya está en la mesa.
Tina se levantó del suelo donde estaba sentada jugando con su muñeca Belle y fue al comedor.
-Mamá: ¿por qué me pusísteis un nombre tan feo, Clementina? Todos los niños de la clase se burlan de mí. ¡Es feííísimo!
-Hija, te lo he dicho mil veces, porque la tía Clementina cuidó a tu padre cuando era niño.
-¿Y por qué no le cuidó su madre?
-Porque estaba enferma, ya lo sabes.
-Pero…
-Mira, díselo a tu padre, que es el que lo escogió. Juan, dile a la niña por qué la llamamos Clementina.
Juan sonrió, acordándose de su querida tía.
-Es un nombre muy bonito, hija, dijo Juan.
-¡¡Es horroroooso!! Contestó Tina con rabia, poniéndose colorada.
-Si hubieses conocido a la tía Clementina te gustaría su nombre.
-No creo… ¿Era guapa?
-Bueno… Era muy buena y muy cariñosa.
-Enséñame una foto.
-Pero si la tienes ahí, encima de la repisa, junto al jarrón azul.
-¿Ésa? Es feísima. Y viejísima.
-No digas eso, hija, que le darás un disgusto a tu padre, dijo Marta mientras se le escapaba una sonrisa maliciosa, pues su marido siempre estaba explicando las maravillas de la tía Clementina.
-¿Rufina?
-¿Sí?
-¿Y a ti por qué te pusieron ese nombre tan feo?
-¡Vaya con la niña! Pues a mí me gusta. Mi madre se llamaba igual, y mi abuela. Era la costumbre llamar a las primeras hijas como a su madre.
-Pues a mí no sé por qué no me llamaron Marta, como a mi madre.
-Es que el nombre de tu hermano mayor lo escogió tu madre: Miguel, como tu abuelo; y tu nombre lo escogió tu padre.
-Ah, ya… Tina se quedó pensando. ¿Entonces… es por eso que cuando viene Miguel a comer mamá le compra gambas y a mí no? ¿Y es por eso que papá me sienta en sus rodillas y a Miguel no?
-¡Pero cómo quieres que tu padre siente a tu hermano en sus rodillas, si es todo un hombre! ¡Qué cosas dice esta niña!
-Pero él me dijo que papá nunca le contaba cuentos cuando era pequeño. A mí sí, dijo Tina con una sonrisa de satisfacción. Como a él le gusta leer los libros de Tintín en francés, me los traduce, un trocito cada día. Y a mí me encanta.
¡Qué frío está el suelo! Pensaba Tina mientras jugaba con Belle (se le quedaban las piernas heladas de sentarse en las baldosas). Esta muñeca la compraron sus padres cuando fueron a París, y le dijeron que el nombre quería decir bella, guapa. “Sí que es guapa, con sus rizos dorados y tan esbelta”, pensó Tina. “Yo tengo un poco de tripa y me da mucha rabia. Miguel siempre me dice que estoy gorda, ¡¡es un tonto!!”
Un día Marta había vaciado un armario bajo que estaba lleno de zapatos y lo convirtieron en la casa de Belle. Luego los reyes le trajeron una cama, un armario y vestidos nuevos, y Tina fue añadiendo cosas a la casa, que cada vez estaba más bonita. Como un día que le hizo un armario con una caja de corcho en la que venían unas trufas. Y otro día le cosió un cuaderno pequeño con trocitos de papel todos cortados a la misma medida. Belle sí que tenía un nombre bonito, y su casa era la mejor del mundo. A Belle sí que la cuidaba su madre, pensaba Tina, no Rufina, ni la tía Clementina.
-Cuando yo me case y tenga hijos los cuidaré muy bien y los llevaré al cine, y al parque y…
-¿Y cómo sabes tú que te vas a casar? Le replicó Marta molesta por las palabras de su hija.
-Yo… A Tina ni se le había ocurrido pensar que ella no se fuera a casar.
-Mira la tía Clementina, ella no se casó, y por eso le gustaba tanto cuidar de tu padre, porque ella no tuvo hijos.
-¡Pero yo sí que me casaré! Dijo Tina entre enfadada y preocupada. Y se fue a su cuarto lloriqueando.
-¿Y por qué no se casó la tía Clementina? ¿Es que nadie la quería?
-No sé, hija. Bueno, dicen que estaba enamorada de tu abuelo, pero él se casó con su hermana, tu abuela Teresa.
-¡Ah… pobrecita! A Tina ya le empezaba a caer mejor la tía Clementina. Pero de pronto se le ocurrió una idea:
-Mamá, si yo me llamo igual que la tía Clementina ¿me pasará a mí igual que a ella, que nadie me querrá?
-¡Qué tontería!
-Pero si antes me has dicho que yo no me casaré…
-¡¡Yo no he dicho eso!!! Marta se levantó y se fue a la cocina, harta de las preguntas de su hija. ¡Esta niña es inaguantable!, iba murmurando entre dientes.
Tina la oyó y se le hizo un nudo en el estómago. ¿Y si su madre tenía razón? ¿Y si era inaguantable y nadie la quería cuando fuese mayor? ¿Y si Miguel tenía razón cuando le decía que estaba gorda? ¿Y si…?
-Papá, hoy toca empezar
Tintín en el Tíbet, dijo Tina ilusionada.
-Sí, después de comer, pero sólo 5 páginas ¿eh?, que tengo mucho trabajo.
-Bueno. Si quieres te ayudo y así me puedes leer más.
-Gracias hija, dijo Juan sonriendo. Hoy no, pero el domingo me ayudas a pegar las fotos en el álbum, ¿vale?
-¡¡Sí, sí, me encantan las fotos!!
Tina le puso una pequeña foto suya a Belle en su casa, junto a la cama, en una repisa. ¡Qué frío estaba el suelo, caramba! ¿Por qué su madre no le quería comprar esos leotardos tan calentitos que vieron en un escaparate la otra semana? Entonces colocó un posavasos de rafia junto a la cama de Belle para que le sirviese de alfombra y no tuviese frío. Lo había hecho ella en los trabajos manuales del colegio. Belle
nunca tendría frío.
© Elvira Coderch